"Arcimboldo", de Pablo De Santis
Los estudiosos de la obra del pintor milanés Giuseppe Arcimboldo difieren en sus opiniones sobre el origen de sus fantasmagóricos retratos. La pasión por las ciencias naturales, los terrores infantiles y su amor por las máscaras (Arcimboldo era el encargado de diseñar los disfraces de la corte) son algunos de los motivos que se expusieron a lo largo de los años para explicar esos rostros formados por la acumulación de libros, moluscos, animales de caza, ramas y raíces o pájaros muertos. Giorgio Bassi —el tercer biógrafo de Arcimboldo— encontró en los archivos de la catedral de Milán el relato de un discípulo del pintor, que confirmaría que la inspiración de Arcimboldo fue el Gabinete de las Maravillas del emperador Fernando I. Tal gabinete existía desde muchos años antes de que el italiano lo visitara y era la principal atracción de su palacio.
En 1562, Arcimboldo viajó a Praga contratado, como retratista de la corte, por el emperador Fernando I. Apenas llegó al palacio, el antiguo retratista —un alemán a quien la llegada de Arcimboldo relegaba a un segundo lugar— se ofreció a enseñarle al italiano el Gabinete de las Maravillas del emperador. El gabinete estaba formado por varias salas de difícil acceso —algunas subterráneas— que el emperador mostraba sólo a sus mejores invitados. Periódicamente Fernando I enviaba expedicionarios para que trajeran rarezas desde los confines de la Tierra. Cuando llegaron a la puerta del gabinete, el retratista alemán le dio un empujón a Arcimboldo y lo dejó encerrado en el intrincado museo. Era de noche: la luz de la luna, al atravesar los dragones, las letras y las sirenas de los vitrales, dibujaba formas caprichosas sobre los objetos exhibidos. No sabemos qué sintió Arcimboldo al pasar una noche entera encerrado en un lugar semejante. No dejó una sola línea escrita sobre su experiencia, pero conocemos, por los catálogos del museo, que esa noche lo acompañaron pájaros disecados, máquinas de movimiento perpetuo, peces espada, un demonio en un frasco de vidrio, un cordero con dos cabezas, cadáveres convertidos en piedra por la erupción de un volcán. Nada dijo Arcimboldo al Emperador sobre esa noche transcurrida entre horrores. Pero, a la mañana siguiente, comenzó a pintar rostros formados por otras cosas, como si el horror le hubiera dictado un secreto al oído. Un cuarto de siglo después de su llegada a Praga Arcimboldo regresó a Milán, donde vivió hasta su muerte. Cuando cayó enfermo, uno de sus discípulos le preguntó qué había sentido esa mañana al abandonar el Gabinete de las Maravillas. En un susurro, Arcimboldo respondió: "Es un error. Yo nunca abandoné el Gabinete de las Maravillas del emperador".
Pablo De Santis, Los signos, Bs. As. Colección Literatura fantástica y ciencia ficción Página/12, 2004.
Etiquetas: Lecturas
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